Turbina corymbosa and Ipomoea spp.
Según Wade Davis, Albert Hofmann, el inventor del LSD, descubrió que «los principios activos del ololiuque [Turbina corymbosa]eran dos alcaloides indólicos, la amida del ácido lisérgico y la hidroxietilamida del ácido lisérgico, compuestos que ya tenía en las estanterías de su laboratorio».
Sobre este y otros miembros de la familia de las Convolvuláceas, Schultes y Hofmann escriben en su imprescindible obra Las plantas de los dioses (2000): «El uso del alucinógeno maravilla, tan importante en la vida del México prehispánico, quedó replegado en el siglo XX a las zonas más alejadas».
La investigación de Fagetti sobre la combinación de semillas molidas de Ipomoea violacea (Semillas de la Virgen) y Datura stramonium (San José) utilizadas en las ceremonias de curación en Huajuapan de León, Oaxaca, México, se basa en el trabajo de campo que realizó allí en 2010. Los resultados, que incluyen transcripciones auténticas de diálogos entre una octogenaria preparadora de pócimas mixtecas y personas con enfermedades, confirman definitivamente la persistencia del conocimiento ancestral indígena de las plantas (aunque se sincretice con ciertos elementos cristianos, como ocurrió en los años 50 con María Sabina y sus hongos curativos).
Fagetti deja claro que la preparadora de la mezcla de semillas molidas (ingeridas como bebida y aplicadas tópicamente) no es tanto una curandera como una oyente que intenta comprender lo que las plantas le han ordenado. El trance que producen las semillas junto con otros poderosos materiales vegetales aplicados, como las hojas de Brugmansia, permite al enfermo comprender los orígenes de la enfermedad y emprender la autocuración. Se considera que las semillas hablan y hacen hablar también al enfermo, uniéndose estas dos voces como una primera persona plural («Nosotros») con poderes visionarios divinos.
Aunque el uso ritual amerindio de la Turbina corymbosa sigue rodeado de misterio y es objeto de muchas especulaciones, García Quintanilla y Eastmond Spencer hacen importantes contribuciones para comprender las propiedades de esta planta entre las parteras mayas contemporáneas de Pixoy, Yucatán, que utilizan esta planta (que llaman X-táabentun) que contiene ergonovina con sus características oxitócicas para inducir el parto. Sus conocimientos ancestrales les permiten administrar la dosis exacta en el momento preciso.
En este mismo artículo ejemplar, los autores vinculan la narrativa mítica asociada a la Turbina corymbosa con la muerte y el renacimiento, un origen apropiado para esta planta utilizada para traer nueva vida al mundo. Según la tradición oral maya, hubo una vez dos hermanas: Uts Colel que era considerada buena, y Xkeban que era vista como una pecadora debido a la forma en que vivía libremente su vida sexual, aunque su estrecha y amorosa relación con todas las plantas y animales era ampliamente conocida. Xkeban murió y cuando fue encontrada días después, la gente descubrió que su cuerpo exudaba un maravilloso perfume y que los animales la defendían incluso de las moscas. Los que acompañaron el cuerpo de Xkeban para enterrarla también se contagiaron de su penetrante fragancia. Pronto, brotaron de su tumba las flores de la primera planta X-táabentun, la Turbina corymbosa. Xkeban había escapado de los Señores de la Muerte en el inframundo y renació como emblema de la fertilidad en la forma de la planta que ayuda a las mujeres a dar a luz. Se dice que la supuesta hermana buena Uts Colel murió virgen y fue famosa por el olor pestilente que la rodeó siempre en vida.
El licor de miel comercializado por Casa D’Aristi, el Xtabentún, se anuncia como «inspirado» en una bebida maya original, pero ya no se elabora con la miel producida por las abejas Melipona sin aguijón que se alimentan exclusivamente de las flores de Turbina corymbosa. ¿Es posible que esta miel tuviera propiedades psicoactivas y tuviera usos ceremoniales como base de una antigua bebida? ¿Se añadían las semillas de T. corymbosa a la bebida fermentada del baalche’ maya lacandón? Por ahora, estas preguntas siguen sin respuesta.
Jan Elferink, bioquímico médico holandés e investigador de la antigua etnobotánica amerindia, explica cómo los aztecas preparaban un potente betún psicoactivo llamado teotlaqualli, cuyos ingredientes principales eran el ololiuqui, el tabaco y las cenizas de distintos tipos de animales venenosos carbonizados. El nombre náhuatl de este espeso ungüento negro significa «alimento divino» y se utilizaba para cubrir la piel de los sacerdotes o incluso del propio emperador para facilitar el fortalecimiento del espíritu y la comunicación con los dioses antes de realizar sacrificios humanos según los ritos religiosos imperantes.
Los trabajos de Fagetti sobre la Ipomoea violacea y la Datura stramonium, así como las investigaciones sobre la Turbina corymbosa de Alejandra García-Quintanilla y Amarella Eastmond-Spencer aparecen en un impresionante dossier publicado en Cuicuilco: Revista de ciencias antropológicas sobre el uso ritual de enteógenos entre diversos grupos indígenas de México. Este número (53) es de lectura obligada para los hispanohablantes.
En Mitla: Pueblo de las almas y otros pueblos zapotecos de Oaxaca, México, publicado en 1936, la antropóloga estadounidense Elsie Clews Parsons (1875-1941) ofrece un retrato etnográfico de un pueblo zapoteco que resulta verdaderamente notable por las experiencias empáticas y meticulosamente relatadas por la autora sobre la vida económica, política y religiosa de las familias de una comunidad predominantemente indígena, donde la autora pasó una temporada entre 1929 y 1933. En su introducción, Parsons afirma que «Mitla fue sin duda un centro importante entre los antiguos pueblos zapotecas» ya que «su sentido del orden y la organización, su carácter de autoposesión, su elaboración ceremonial, su estilo, no son desarrollos de corta duración.» El tomo de casi 600 páginas contiene una plétora de referencias a plantas utilizadas en Mitla con fines medicinales y rituales, incluida una planta que Parsons llama bador, sin duda una referencia a la Ipomoea violacea, a la que los curanderos zapotecas y mazatecos se refieren como badoh negro. Parsons escribe sobre una invitación que recibió de una mujer de Mitla que, de un modo enigmáticamente bello, relaciona la gloria matutina adivinatoria con la marcación del paso del tiempo, los ciclos naturales del crecimiento de esta planta y sus vínculos con las personas: «‘¡Venga a mi casa!’, dice Ana de camino a casa desde el molino, con su cuenco de harina cubierto de calabaza sobre la cabeza. ‘El bador que estaba seco cuando estuvo aquí antes está creciendo ahora'». Parsons dice que el marido de Ana es el guardián del pueblo de la potente planta medicinal: «En el patio de Marino Santiago crece una enredadera parecida a la clemátide a la que llaman «niños espíritu», bador; su niño y su niña aparecen en el trance producido al comerla y ayudan al durmiente a encontrar lo que ha perdido. También pueden decir a un enfermo si se va a recuperar o no». Parsons se entera de que ésta es la única planta de este tipo que crece en Mitla y que el cuidador «vende sus hojas o semillas a dos o tres de los curanderos para que se las administren a los pacientes», lo que significa, según Parsons, que la planta representa «un pequeño capital para la familia». ¿Cómo se utiliza la planta? Parsons escribe que los dos curanderos, Agustina y Urbano, «ponen una hoja en la frente del que ha perdido algo y le dan trece semillas para que las tome en agua». El autor se enteró de que «después de beber la infusión, el paciente, que debe estar a solas con el curandero si no en un lugar solitario donde no pueda oír ni el canto de un gallo, cae en un sueño durante el cual los dos pequeños, macho y hembra, los niños de las plantas (bador), vienen y hablan». Parsons relata también la siguiente historia sobre adivinación en relación con la Ipomoea violacea: «Don Félix Quero tenía un pastor llamado José Maria. Perdió dos vacas y Félix le encargó que las vendiera. Eso apenó a José Maria, así que fue a la curandera que le dio la bebida de bador y le dijo que no tuviera miedo, le viniera lo que le viniera, aquella medianoche. El niño- planta se acercó y le cogió de la mano, diciéndole: ‘Una de las vacas ya es carne, la otra está a punto de ser matada. Ven conmigo’. Lo condujo en su trance a Tlacolula, a la casa del carnicero. La casa estaba cerrada, pero el pequeño plantígrado imitó la voz de un compadre, y el carnicero les dejó entrar. Ahí están sus animales, colgados en la pared’, dijo el pequeño niño-planta. A la mañana siguiente la curandera chupó a José María, pues era peligroso mantener la medicina en él». En su extenso trabajo como antropóloga y etnógrafa entre los grupos amerindios de toda América, Parsons documentó la práctica generalizada de los curanderos tradicionales de chupar las enfermedades a sus pacientes. También relaciona a los niños espíritus zapotecas asociados con la Ipomoea violacea con el hermano y la hermana de la narración del origen de la Datura entre los zuñi del suroeste de EE.UU.